domingo, 2 de junio de 2013

¡Cuidado con la música! XIV



La Gaya ciencia 3

Cuando ya estamos por cerrar este libro nos encontramos con el §334, impresionante texto sobre aprender a amar.

“Nótese lo que nos sucede con la música. Lo primero es aprender a oír. Es menester percibir un terna o un motivo, distinguirle, aislarle, limitarle hallando en él su vida propia. Después se necesita trabajo y buena voluntad para soportarle no obstante lo que tenga de extraño, ejercitar la paciencia para con su aspecto y expresión y la caridad para con su rareza, y al cabo llega el momento en que nos acostumbramos a él, en que lo esperamos, en que comprendemos que le echaríamos de menos si faltase. De allí en adelante sigue ejerciendo sobre nosotros su influencia y hechizo y no para hasta que llegamos a ser sus amantes enamorados y rendidos, que no conciben cosa mejor en el mundo que aquel motivo y siempre aquel motivo.
Esto no nos ocurre sólo con la música; de la misma manera exactamente aprendemos a amar todo lo que ahora amamos. Siempre acabamos siendo recompensados por nuestra buena voluntad, nuestra paciencia, nuestra equidad, nuestra ternura hacia lo extraño, cuando lo extraño se va quitando el velo poco a poco ante nosotros y acaba ofreciéndosenos como una belleza nueva e inefable. Es la forma que tiene de agradecernos nuestra hospitalidad. Quien se ama a sí mismo habrá llegado a ello por este camino, no hay otro. El amor debe también aprenderse”.

Aprendemos con esto que, tanto en el amor (eso quisiéramos), pero más en la música, la cosa no está planteada desde siempre, desde un ideal, desde una aceptación de flechazo y primera vista. Aunque ese tipo de amor exista, eso no distingue lo que de enigmático perdura. Lo que detrás de eso que incluso podemos odiar y negar insiste para poderlo amar.
         Cuando por fin pude oír a John Coltrane, fue luego de varias veces. Nunca desde un principio. No tenía ni tuvo que ver con el entendimiento, sino con la paciencia. Casi toda la música que mi hermano Sebastián pudo ofrecerme pasó por ese tamiz de lo despreciable, inaudible, hasta que lentamente se fue haciendo mia; algunas más que otras. De esto tengo a King Crimson, The Doors, Pink Floyd, como así yo le inculqué Bach, Nirvana, Blind Melon.

En el §368 vuelve a Wagner pero para hablar del cuerpo. “¿Qué es lo que todo mi cuerpo pide a la música?” Se pregunta. Su respuesta está en la sintonía de lo que los cánticos religiosos, los cultos orgíacos, producirían (tratado en el §84): “Creo que le pide un alivio, como si todas las funciones físicas se acelerasen al influjo de ritmos ligeros, atrevidos, desenfrenados y orgullosos; como si la vida de bronce y plomo perdiera su peso bajo el encanto de doradas melodías, delicadas y suaves como aceite. Mi melancolía quiere descansar en los escondrijos y en los abismos de la perfección: por eso necesito música.
         Es claro que habla del cuerpo físico, pero también de los afectos. El argumento fisiológico es para poder introducir un cuerpo que merece alivio.

Por último el §383 es justamente el epílogo, y es una introducción a lo que vendrá: el libro de Zaratustra. Lo muy particular es que desde aquí se puede ver que afirma que Zaratustra es música. Lo dice de esta forma:

“Mi cornamusa está dispuesta, mi garganta también: tal vez den notas rudas; disimuladlo, estamos en la montaña. Pero lo que me oiréis será por lo menos nuevo, y si no me entendéis, si las palabras del cantor son ininteligibles para vosotros, ¿qué importa? Esa es la maldición del cantor. En cambio oiréis más distintamente su música y su melodía y bailaréis mejor al son de su caramillo. ¿Queréis eso?...”

Nietzsche hubiese hecho bien en llamar a su libro: Así cantaba Zaratustra.  

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