domingo, 24 de marzo de 2013

¡Cuidado con la música! IV


¡Cuidado con la música! IV

Soledad y enfermedad


Muchos son los textos de Nietzsche por la música, que encuentran en Wagner su fiel representante. La relación íntima de ambos hace que se acople su pensar a ese hombre un tanto díscolo que era Wagner. Aunque luego rompa con este, y sus caminos sean intransitables para el otro, Nietzsche sostendrá:

“Yo por mi parte, sufro terriblemente cuando no se me dispensan sentimientos de simpatía; y, por ejemplo, no hay nada que pueda subsanar la pérdida, en los últimos años, de la simpatía que sentía Wagner hacia mí. ¡Cuántas veces sueño con él, y siempre en nuestras reconfortantes reuniones! Jamás nos hemos cruzado palabras malintencionadas, en mis sueños tampoco, en cambio sí palabras alegres y alentadoras, y puede que con nadie me haya reído tanto”.

Con Wagner se acaba sin embargo un filosofar, y una concepción de la música. Pero también se inscribe cierta soledad y enfermedad. Primero, la soledad por la distancia geográfica acontecida entre ambos (Wagner se muda a Bayreuth, donde Luis II, rey de Baviera lo financia construyéndole un teatro a su gusto), luego por la distancia en el pensamiento con respecto a la música. Pero Nietzsche también enferma.
Las enfermedades de Nietzsche merecerían todo un capítulo aparte. Lo único que aquí destacaré es que en ese tránsito de su separación, cada vez que Nietzsche intente verlo su enfermedad se expresará con intensidad: herpes en la nuca, dolores de cabeza, problemas en la vista, etc.
Con la publicación de Humano, demasiado humano (1878), un libro de aforismos sobre múltiples temas, desde la metafísica hasta la moralidad y de la religión al sexo, la distancia de Nietzsche respecto a la filosofía de Wagner y Schopenhauer fue evidente.

Nietzsche apreciaba a Wagner como un brillante apóstol catedrático, pero la explotación de motivos artísticos cristianos cada vez más acentuada, junto con su chovinismo y antisemitismo excederían lo que Nietzsche podría soportar. Dedicado a buscar herederos del pensar de Wagner, Nietzsche le propone Canción triunfal de Brahms. Sin embargo Wagner lo rechaza.

Separarse de Wagner trajo la consecuencia de preocuparse por sí mismo. Y es ahí donde descubrirá todo su potencial. Lo que para él sí, y no lo que para el otro no. Enfermar es también dedicarle al otro el enfermar.
Pero con su escritura Nietzsche vivía. Lo que lo enfermaba eran las consecuencias de la misma.

“Mi actividad literaria suele tener la desagradable consecuencia para mi de que cada vez que publico un escrito, algún aspecto de mis relaciones personales viene a hacer crisis y tiene que ser puesto otra vez en orden con un notable gasto de humanidad”.

Wagner seguirá siendo algo en su vida, su enfermedad, de la que no se curará. Como de su sentimiento de soledad. Es que no podemos curarnos de estos. La enfermedad y la soledad son parte del hombre, querer curarlas nos hace a veces buscar ideales, médicos… música. Con la música no se cura, se trata el sufrimiento.
         Escuchemos entonces el Canto del triunfo de Brahms, que a Wagner sólo le provocó gritos.
         Y algo más, un canto que todos tenemos pero no sabemos desde cuándo, y por qué: Canción de cuna, de Brahms.

Para escuchar las canciones por favor diríjanse a: cuidadoconlamúsica.tumblr.com, gracias

domingo, 17 de marzo de 2013

¡Cuidado con la música! III


¡Cuidado con la música! III

El silencio que Miles no se bancó

“No hay música sin que el silencio forme parte de lo sonoro”.
Pablo Fridman

¡Qué gran tema el silencio! Y qué visiones tan contrapuestas. Hay quienes lo consideran la evocación del sonido a advenir; otros la ausencia misma de lo sonoro; uno, John Cage, sabe que está plagado de imprecisiones que surgen cuando el silencio se hace, físicamente (en su caso cuando el silencio habita el tema “4’33’’, para no tocar nada); para Miles Davis es un ruido, el más fuerte de ellos.
        
Miré un árbol con uno de mis hermanos, él me enseñó que lo mismo es pintarlo a que crezca, para los dos casos el árbol debe abarcar el vacío. Un árbol es árbol pues sus ramajes se llenan del vacío, solo que al contemplarlo no nos damos cuenta porque siempre somos presa de esa manía de completar, unir, uniformizar… un árbol crece, se forma, expresa, gracias al vacío del que es parte.
La música también, en cada uno de sus temas, hace con el vacío silencio. Se pude tener concepciones distintas del silencio, del vacío también, por supuesto: el silencio puede ser un vacío que se intenta llenar con ritmos y melodías, siempre infructuosamente, pues al rato el silencio vuelve, el silencio inminente… el silencio de siempre. La música tranquilamente puede ser el alzamiento del hombre que quiere imponer al silencio su silencio. Busca encontrarse en el origen con el sonido, pero nunca con el silencio. El Big Bang, Big Crunch, Big PUM, es eso, en el principio el ruido de la explosión. Escuchar todavía el eco de su estallido es una prueba más para los científicos de turno, aunque tal vez si prestaran oídos más agudamente podría ser que en verdad distinguieran los ecos del silencio.
El silencio suena; no forma parte en los extremos del sonido, en el límite, sino integradamente. Ahí hay otra concepción.

Miles Davis hizo maravillas por el silencio, a veces lo desgarraba, otras se le plantaba desafiante. Su estilo, la sordina en la trompeta, y el sonido que de ella gritaba, lo mostró por primera vez en el festival de jazz de Newport de 1955, en el tema de Thelonius Monk Round Midnight. Dicen que Monk no le gustó. Pero sin embargo a Miles tampoco le gustaban los silencios de Monk. Ese era el estilo del último; producir un fraseo y de golpe, interrumpiéndolo, permitir que se escuche ese silencio mientras la banda proseguía. En el momento justo de su subjetividad plena, en el instante de la improvisación, Monk improvisa tocando el silencio con sus dedos elevados de las teclas.

El tema que propongo, The man i love (gracias Gonza) es aquel donde Miles no pudo soportarlo, e hizo algo que no se hacía, le pisó la improvisación, el momento de Monk. Lo interesante es cómo salió de ese silencio Miles, con un fraseo de estruendo, y cómo le contestó Monk, con una violencia de sonido, golpeándolo en el piano.
Fueron dos maneras de tocar el silencio.

Este texto no hubiese sido posible sin el pensar de Nietzsche que, en la elaboración de Mónica Cragnolini:

No hay circuito dialéctico de restitución en este modo de pensar: paradójicamente, el “sí” y el “no” coexisten, sin síntesis, sin conciliación, sino en estado de tensión que no se resuelve. Tensión que caracteriza el operar de la voluntad de poder como fuerza unitiva y configuradora y, a la vez, como fuerza disgregante y disruptora”.

         No esperen entonces que se sostenga una concepción una, una verdad. La verdad es también una manera de tocar.

Si quieren escuchar el tema, diríjanse a: cuidadoconlamusica.tumblr.com, gracias

martes, 12 de marzo de 2013

¡Cuidado con la música! II


¡Cuidado con la música! II

De silencio y legado

“Los capítulos siguientes fueron seleccionados, no sin precaución de entre mis escritos anteriores -algunos que se remontaban a 1877-, acaso aquí y allá aclarados y, sobre todo abreviados. Leídos seguidamente, no dejarán duda ni sobre Richard Wagner ni sobre mí; somos antípodas los dos”.
Nietzsche en Nietzsche contra Wagner(1889)

Este texto que figura como epígrafe da perfectamente el tono de lo que vendrá: Nietzsche ante Wagner, y luego, Nietzsche por la música (una forma de decir después de Wagner también).
         Aunque desde el principio Nietzsche se ocupe de la música, una cosa es cuando esté ante Wagner y otra cuando la considera filosofía, o más bien, cuando su filosofía la considere música.
La interrogación sobre la música recorre toda la obra de Nietzsche, pero no es lo mismo. Podemos afirmar que sólo con Zaratustra, con su concepto de eterno retorno y la voluntad de poder, tendríamos al Nietzsche que filosofa como músico. Antes, sus elucubraciones contemplaban las de otros, lo que aquellos pensaban de la música; por eso toma a Schopenhauer y a Wagner.
         El texto, Nietzsche contra Wagner, podríamos decir que es el ante último escrito de su vida. Es que se ocupó de Wagner hasta el final porque así como lo amó lo odió.
Wagner además de ser músico era un teórico musical; con concepciones como “obra de arte total”, etc.; gran parte de sus elaboraciones se apoyaron en las nociones de la música de Schopenhauer (del que hablaremos en otra oportunidad), y es así que Nietzsche quiso ocupar el lugar de este, por eso se nutrió y escribió para provecho de ambos.  
         Pero cuando Wagner representó para él no ya la innovación, la creación, sino un engaño, una mascarada, una dictadura, lo abandonó. El texto de cruce, de ruptura, es “Humano, demasiado humano”.
         Al decir de Gustavo Varela, en su libro, La filosofía y su doble, Nietzsche y la música (libro que obviamente recomiendo si quieren acompañar todas las elaboraciones que propondremos):

(Wagner)“…parece afirmar la vida cuando en realidad sigue ofreciendo resignación cristiana. Por eso lo llama hechicero, porque engaña, justo con la música, que para Nietzsche es el ámbito en el que emanan los instintos más altos, el lugar de la belleza y no de la verdad, de la exaltación y no del disciplinamiento moral.
»Es decir, el caso Wagner es la descripción de una ontología moderna en la que lo bajo y lo alto están invertidos. Por ello su reconocimiento y su denuncia es una necesidad, porque es el signo de la seducción que tiene esta nueva metafísica enmascarada”.  

¿Pero qué filosofía representaba Wagner? ¿Qué pensar? ¿Qué le ocurrió a Nietzsche para transformar su legado en ruptura, en enfermedad? Nueva música para nuevos oídos.

Jaques Morelenbaum es un prestigioso chelista que ha grabado más de 700 discos, y sólo dos propios. Es que fue y es el arreglador de Caetano Veloso y de muchos otros. Sobre música entiende y mucho. Cuando se presentó en Buenos Aires en el 2012, ante un pequeño auditorio en el bar Notorius, provocaba para que hubiese silencio… pero no silencio estático. Tocaba nada, el inicio, la preparación, un golpe, dos, armónicos sueltos, deslizamientos, repeticiones inconclusas, toda una gran provocación para tentar al silencio. La música, decía, es el silencio… la música, decía además, es el legado. De pronto una canción tiene un tinte, un tono, una manera de otros, no muchos, reconocibles, y esa canción ahí es a la vez nueva, estilo nuevo, nueva cosa y legado. La música es silencio y legado.
         Me gusta como lo expresa Sergio Zabalza (compilado en el libro Esto lo estoy tocando mañana, música y psicoanálisis): “la música es el arte a través del cual los sonidos nos hacen escuchar el silencio de lo inaudito”.
        
Propongo entonces para este primer encuentro sacar todos los cañones y poner el “Himno a la vida” escrito por Nietzsche (sí, escribía música también), luego de la ruptura con Wagner, gracias a su otro amor: Lou Andreas Salomé. Son dos versiones, una, que no me gusta tanto, la pongo por la letra traducida, está hecha con la poesía de Lou; la otra es la que vale.
Y para que la cosa no sea tan trágica un temita de Morelenbaum, a quien yo amo. 

Para seguir la música, diríjanse a: cuidadoconlamúsica.tumblr.com, gracias.