lunes, 8 de abril de 2013

¡Cuidado con la música! VI



Cómo contar una historia

La escritura o la vida 1

“Pues no era la realidad de la muerte, repentinamente recordada, lo que resultaba angustiante. Era el sueño de la vida, incluso apacible, incluso lleno de pequeñas alegrías. Era el hecho de estar vivo, aun en sueños, lo que era angustiante”.Jorge Semprún


Cuando Semprún salió del campo de concentración de Buchenwald sabía que había vivido la muerte, que eso lo unía a una comunidad, que esa experiencia no se podría contar tan fácilmente pues faltaban buenas preguntas para que ellos pudiesen dar su testimonio, y también, faltaban sus testimonios que desarrollaran las buenas preguntas.
         La historia que pasaré a transcribir se trata de cómo contar una historia y no cualquiera: como contar lo que fueron los campos de exterminio.
         Semprún, como tantos otros, prestaron testimonio, algunos en forma oral, él eligió la escritura. Lo que ella le posibilitaba e imposibilitaba será motivo de otra presentación, pues él asocia la escritura con la música.
         En principio podemos diferenciar a Semprún de otro escritor, por ejemplo Primo Levi, pues Semprún pertenecía a un partido político, no dudó en tomar las armas y formaba parte de una historia que no se cuenta mucho, la de los judíos que se resistieron.
         Desde esta posición relatar una historia cambia; como así también el encuentro con la escritura. Semprún se pregunta por lo otros desde el principio, los que no han vivido el campo, por la poesía, por la filosofía, por la música. Y encuentra que no está solo. Entonces en una reunión, en un bar, con un grupo discuten cómo contar la historia que han vivido y se desarrolla este diálogo:

“El verdadero problema no estriba en contar, cualesquiera que fueren las dificultades. Sino en escuchar… ¿Estarán dispuestos a escuchar nuestras historias, incluso si las contamos bien?(…) -¿Qué quiere decir «bien contadas»? –salta indignado uno-. ¡Hay que decir las cosas como son, sin artificios!(…) Entonces intervengo para decir lo que me parece una evidencia.–Contar bien significa: de manera que sea escuchado. No lo conseguiremos sin algo de artificio. ¡El artificio suficiente para que se vuelva arte!”

Se genera un próspero debate intentando saber cómo se comprendería. No se ponen de acuerdo, entonces:

“-Me imagino que habrá testimonios en abundancia… Valdrán lo que valga la mirada del testigo, su agudeza, su perspicacia… Y luego habrá documentos… Más tarde, los historiadores recogerán, recopilarán, analizarán unos y otros: harán con todo ello obras muy eruditas… Todo se dirá, constará en ellas… Todo será verdad… salvo que faltará la verdad esencial, aquella que jamás ninguna reconstrucción histórica podrá alcanzar, por perfecta y omnicomprensiva que sea…(…) –El otro tipo de comprensión, la verdad esencial de la experiencia, no es transmisible… O mejor dicho, sólo lo es mediante la escritura literaria…(…) –Mediante el artificio de la obra de arte, ¡por supuesto!”

         Como se ve la importancia de este diálogo no está dada en que se pregunta cómo contar una historia, sino una verdad esencial que se sabe desde el principio imposible de comprender. Pero a la vez es un diálogo de cómo hacer arte.
         Lo importante es que aunque se proponga a la escritura literaria como la más adecuada, porque puede portar el artificio, soportando la verdad de ficción, el verdadero encuentro de lo transmisible acontecerá al final de este diálogo.

“–Mediante el artificio de la obra de arte, ¡por supuesto! –acaba de decir.(…) –El cine parece el arte más apropiado –agrega-. Pero, los documentos cinematográficos seguramente no serán muy numerosos. Y además los acontecimientos más significativos de la vida de los campos sin duda no se habrán filmado nunca… De todos modos, los documentales tienen sus límites, insuperables… Haría falta ficción, ¿pero quién se atreverá? (…)      -Si he entendido bien –dice Yves-, jamás lo sabrán ¡los que no lo hayan vivido!      Jamás realmente… Quedan los libros. Las novelas, preferentemente. Los relatos literarios, al menos los que superen el mero testimonio, que permitan imaginar, aunque no hagan ver… Tal vez haya una literatura de los campos… Y digo bien: una literatura, no sólo reportajes…      Me toca a mí decir algo.     -Tal vez. Pero el envite no estribará en la descripción del horror. No sólo en esa, ni siquiera principalmente. El envite será la exploración del alma humana en el horror del Mal… ¡Necesitamos un Dostoievski!    Cosa que sume a los supervivientes, que no saben aún a qué han sobrevivido, en un abismo de reflexión.    De pronto rompe a sonar una trompeta.    Hay un grupo de negros americanos de un batallón de choque del Ejército de Patton en el fondo de la sala. Empiezan a improvisar entre ellos, por el mero placer de tocar. La blancura de los manteles y el cristal de las garrafas vacías reflejan la luz vacilante del sol naciente.  He reconocido la frase inicial de Big Butler and Egg Man, me estremezco de alegría. Levanto mi copa hacia ellos. No podían verme, es verdad. Pero bebí en su honor, a la gloria de aquella música que tantas veces había conseguido que la vida me resultara soportable”.

En este punto nos detenemos con Semprún, pero para darnos cuenta que es la música la que propicia una forma de transmisión sin palabras, sin debate, sino buscando la forma anular su posibilidad.
         Propongo el tema entonces que sacó a Semprún de lo incomprensible. Más tarde se interesará en una escritura por la música; eso será producto de una segunda presentación.  

Para escuchar la música acérquense a: cuidadoconlamusica.tumblr.com, gracias

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