Sócrates, ocúpate de la
música
El
tema de Sócrates toca para Lacan dos puntos cruciales: el amor, el discurso.
Dentro
de la amplia variedad que podría desarrollar en el tema del amor, desde el amor
sabio, el amor divino, el amor griego, tenemos un punto donde eso que lo
subsume, la imagen, el ideal, la encarnación de la imagen del sujeto también,
por el bien del concepto, de la articulación significante, se rompe gracias a
esos puntos cruciales: el amor y el discurso.
No
hay solo el amor eterno, como tampoco hay solo del ama al prójimo como a ti mismo (en otro momento destaqué el
profundo engaño que esta forma de amor prodigaba, y que Nietzsche no se cansaba
en denunciar).
Lacan,
amigo de Nietzsche en el Seminario 8 La
transferencia, comenta el uso de la palabra de Sócrates como un Así hablaba Sócrates (lo dice así, no es
chiste, o tal vez sí). ¿Cómo hablaba entonces?
“De él se transmite una fuerza que subleva a quienes se le acercan (…) con el solo rumor de sus palabras”[1].
Lo
que me interesa destacar es este rumor,
este rumiante rumor. Más adelante Lacan lo relacionará con la música, con
cierto tipo de música.
“Se encuentra a embriaguez engendrada por una determinada música que produce un estado llamado posesión”.
Una
determinada música, y un determinado estado, nada y nada menos que la posesión.
“Es este estado (…) a lo que se refiere Alcibíades cuando habla de lo que Sócrates produce con palabras”[2].
La
música, el rumor de sus palabras, ya porta eso que luego se llegará, luego de
tanto devaneo: la posesión. Hay en el canto de Sócrates un deseo de poseer, y
de poseer una falta y un vacío además.
Por
eso digo que Lacan es amigo de Nietzsche en este seminario, pues el deseo de
Sócrates es de inmortalidad, de inmortalidad en el discurso. Sócrates subsume
eso que se llama metonimia y que muestra la estructura del deseo en su
permanente deslizamiento, a la palabra. Sócrates podría ser visto como un
paradigma del deseo y, sin embargo, hay del goce.
¿Pero
por qué? Porque el eje que cambia con Sócrates es la verdad, es ir tras ella.
Pero en el camino queda lo real. Si vas tras la verdad, como el último bastión
de tu alma, tu signatura siempre pendiente, su esencia esencialísima,
descuidarás el goce que te comanda: lo real.
Si
para Sócrates los dioses son reales, eso solo sirve para dirigirse a la verdad.
Si para Nietzsche las palabras son verdades, eso le sirve para encontrarse con
lo real.
Todos
sabemos que el deseo de Nietzsche fue poner patas para arriba lo que hacía Platón
de Sócrates. Porque siendo un perfecto Dionisio, era un despreciador del
cuerpo.
En
su momento, frente a su juicio final, Sócrates se sincera y cuenta un sueño,
uno que se repetía, siempre igual. En él oía una voz que exclamaba: “¡Sócrates,
ocúpate de la música!”, o de las bellas artes, o del canto y la poesía.
Entonces Sócrates, cuenta este sueño para decirles a todos que ya estuvo bien
de palabras y de diálogos, que eso es su eternidad, pero que su cuerpo mortal
necesita ahora realizar un par de canto, componer un par de versos, a los
dioses, antes de beber su muerte.
Nietzsche,
a pesar de indignarse tanto con Sócrates, es el primero en destacar esta
anécdota. ¡Sócrates, ocúpate de la
música!, tal vez le hubiese gustado gritarle Nietzsche.
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