Redondo
manicomio:
desde las altas esferas esperamos que la forma cierre, que se complete en un
globo o en una bolsa (con cordel quería Lacan), para poder nombrar lo bello, el
bien, lo ideal. El planeta es esférico, el cuerpo es una pelota, los nudos
borromeos se dibujan circulares, los policías vociferan “circulen” a las madres
que le dan vueltas a una plaza que tiene más de una vuelta, más de mil, más de
mil y una mañas. ¿De dónde le vendrá al hombre este deseo de policía, de
paradigma cerrado, de abroquelamiento y asfixia? De cierto lugar que le permite
tener un cuerpo (una de las formas de tenerlo, no la única): del imaginario.
La imaginación al poder, se decía, como algo
abierto; pero la imaginación también se cierra en lo especular, en la agresión
de un enfrentamiento de dos. Lacan quería que algo de ello se elabore,
restituya, modifique con la palabra, siempre y cuando vayamos más lejos. Porque
la palabra signa el límite tanto como provee de valor y de existencia a las
cosas. Eso solo es real, tiene un espíritu real. ¿Por qué sino se creen que
para abrochar todo esto el hombre necesitó crear una de sus más grandes
creaciones: Dios? El hombre creó a Dios a su imagen, pero no es Dios quien
porta los tres elementos (R.S.I., por ejemplo, u otros), sino el hombre, que en
su nudo insiste.
Lacan se dio cuenta muy temprano que no
hay garantías. Cuando abordó lo simbólico, al parecer, no dejaba de sugerir, de
insistir, de decir según el caso, que con lo simbólico no alcanza, que lo
simbólico está incompleto. Ese girar en redondo, haciendo agujero, es girar por
algo que no cierra, no se explica, no se entiende, no se termina de decir
cuando decimos algo sobre eso (por eso lo imaginario nos asiste de su
consistencia esférica). Ahí ubicaría clásicamente a la muerte, pero también el
amor, la identidad, el ser, el goce, la sexualidad, la vida (con Táboas, Latinoamérica),
pero también el padre. Y se ve con esto la primacía de ese significante (padre)
en Freud, que dice que el verdadero padre, el padre simbólico, es el padre:
muerto. Luego vino Nietzsche y dijo: Dios ha muerto (lo dijo antes Hegel, pero
Nietzsche le puso el tono y todo cambió).
No somos filósofos, no necesitamos sostener todo,
traducir todo, transformar todo en significante. No somos religiosos, no
necesitamos el logos, el verbo, su acción. Podemos tolerar ese real de los
dioses. Podemos interrogarlo como agujero, vacío, lo que quieran. El Otro del
Otro, ese es Dios (pero para el analista es este quien no existe, o sí, pero ex-siste).
El Otro puede ser el padre, el superyó, Néstor, cualquiera… el nombre del
padre, el padre simbólico muerto: Dios.
Somos analistas, podemos ser tolerantes
con las creaciones del hombre, aunque se le vuelvan intolerantes y lo hagan
(nos hagan) sufrir: el lenguaje, los dioses, la música… podemos aceptar que sin
goce sería vano el universo. Y que el goce, eso, hace síntoma, hace sinthome (entonces hacemos con él), nos
hace mierda (fantasma), nos hace singulares, pero jamás nos hará bonitos,
lindos, armónicos.
El goce presenta su contingencia en la
mesa que se quiere eterna, se degusta destructiva, pero vive solo en lo que nos
nutre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario