sábado, 9 de noviembre de 2013

¡Cuidado con la música! XXXVI




Redondo manicomio: desde las altas esferas esperamos que la forma cierre, que se complete en un globo o en una bolsa (con cordel quería Lacan), para poder nombrar lo bello, el bien, lo ideal. El planeta es esférico, el cuerpo es una pelota, los nudos borromeos se dibujan circulares, los policías vociferan “circulen” a las madres que le dan vueltas a una plaza que tiene más de una vuelta, más de mil, más de mil y una mañas. ¿De dónde le vendrá al hombre este deseo de policía, de paradigma cerrado, de abroquelamiento y asfixia? De cierto lugar que le permite tener un cuerpo (una de las formas de tenerlo, no la única): del imaginario.
La imaginación al poder, se decía, como algo abierto; pero la imaginación también se cierra en lo especular, en la agresión de un enfrentamiento de dos. Lacan quería que algo de ello se elabore, restituya, modifique con la palabra, siempre y cuando vayamos más lejos. Porque la palabra signa el límite tanto como provee de valor y de existencia a las cosas. Eso solo es real, tiene un espíritu real. ¿Por qué sino se creen que para abrochar todo esto el hombre necesitó crear una de sus más grandes creaciones: Dios? El hombre creó a Dios a su imagen, pero no es Dios quien porta los tres elementos (R.S.I., por ejemplo, u otros), sino el hombre, que en su nudo insiste.
         Lacan se dio cuenta muy temprano que no hay garantías. Cuando abordó lo simbólico, al parecer, no dejaba de sugerir, de insistir, de decir según el caso, que con lo simbólico no alcanza, que lo simbólico está incompleto. Ese girar en redondo, haciendo agujero, es girar por algo que no cierra, no se explica, no se entiende, no se termina de decir cuando decimos algo sobre eso (por eso lo imaginario nos asiste de su consistencia esférica). Ahí ubicaría clásicamente a la muerte, pero también el amor, la identidad, el ser, el goce, la sexualidad, la vida (con Táboas, Latinoamérica), pero también el padre. Y se ve con esto la primacía de ese significante (padre) en Freud, que dice que el verdadero padre, el padre simbólico, es el padre: muerto. Luego vino Nietzsche y dijo: Dios ha muerto (lo dijo antes Hegel, pero Nietzsche le puso el tono y todo cambió).
No somos filósofos, no necesitamos sostener todo, traducir todo, transformar todo en significante. No somos religiosos, no necesitamos el logos, el verbo, su acción. Podemos tolerar ese real de los dioses. Podemos interrogarlo como agujero, vacío, lo que quieran. El Otro del Otro, ese es Dios (pero para el analista es este quien no existe, o sí, pero ex-siste). El Otro puede ser el padre, el superyó, Néstor, cualquiera… el nombre del padre, el padre simbólico muerto: Dios.
         Somos analistas, podemos ser tolerantes con las creaciones del hombre, aunque se le vuelvan intolerantes y lo hagan (nos hagan) sufrir: el lenguaje, los dioses, la música… podemos aceptar que sin goce sería vano el universo. Y que el goce, eso, hace síntoma, hace sinthome (entonces hacemos con él), nos hace mierda (fantasma), nos hace singulares, pero jamás nos hará bonitos, lindos, armónicos.

         El goce presenta su contingencia en la mesa que se quiere eterna, se degusta destructiva, pero vive solo en lo que nos nutre. 

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