sábado, 16 de noviembre de 2013

¡Cuidado con la música! XXXVII

Resulta que este número, el 37, prefigura mi destino. Cada cual tendrá sus números, esos palos en la rueda reales, que le hagan temer al golpe y al porrazo. Freud sufría (¡cómo sufría Freud!, con el 51), yo encontré el 37, o más bien el 37 me está esperando.
         Se acerca mi cumpleaños, el ciclo cambia, todo se avigora, y las posibilidades se reducen a la consecución de los sueños y los deseos soplados. Llegamos a 37 entradas a quién sabe qué salidas. Todas hablando de Nietzsche, de la música, del psicoanálisis. Jamás pensé que un ser tan de nada, insulso, poca cosa como me pensaba, podría llegar a decir algo de Nietzsche. Menos del psicoanálisis. Menos que menos de la música. Entonces esto me llena de una nueva reflexión.
         Si sos neurótico pensás. Si sos neurótico valorás el pensamiento como la única cosa con la que te creés que podés. Si sos neurótico no entendés, ni sabés cuánto tus pensamientos no son tuyos, cuánto tus pensamientos te comandan. Si sos neurótico hablás con las voces de tu cabeza (no las dejás salir) como si fueran tuyas. Si sos neurótico hablás con vos mismo.
         Hay quien dijo que hablaba para pensar. Hay quien sospechó que había otra forma, otro estatuto del pensamiento. Hablar no es pensar. Pero si sos neurótico hablarás como pensás, o sea, poco se te entenderá, porque lo fundamental lo dijiste en tu mente siempre antes, siempre después, pero nunca en el momento.
         Si pienso que tengo que hablar de un tema, mi pensamiento se une a las palabras que me incapacitan hablar. Si pienso que puedo decir algo sin embargo, mi pensamiento se pondrá a saltar entre mis neuronas, y sobre ellas, gritando bien fuerte palabras de desaliento (no quiero transcribir ninguna de ellas, pero son tan beligerantes como cualquier insulto que escuche un psicótico).
         Pero, de vez en cuando, la infancia te signa en su posibilidad, y lo que de adulto sería cosa seria, y motivo de una o más pastillitas, de chicos, no sé, el cuerpo está más abierto. Entonces, si los gritos inarticulados de tu mente suenan noche y día, si hay una reproducción exacta de autoridades gritando sus palabras inentendibles dentro tuyo, si eso se acompaña de una sensación de vértigo, descontrol y caída, seguro, eso es seguro, sentirás apasionadamente que el pensamiento no es la palabra última. Lo último es el sonido.
         Quien haya tenido esas experiencias me entenderá.
         Si alguien me dijera cómo es que puedo hablar con todo este berenjenal en la cabeza, solo tengo para tranquilizarlo, y tranquilizarme, que, no sé, algo pasó, y no puedo pensar, no puedo pensar en hablar, pero, si me dan uno hoja y una birome, seguro que encontraré las palabras (por lo general ellas son muy fieles al papel, tienen esa propiedad de quedarse ahí donde uno las trazó, ¡genial!).
         En el horizonte de toda mi neurosis, y toda mi locura, el 37 se impregnó como una cifra escrita. La encontré en una hoja, escrita para mí, esperando que por fin me hiciera cargo de que allí, en ese tiempo, algo debía ocurrirme.

         Seguramente me ocurrirá, seguramente este es el signo tan mentado, donde el destino está trazado, pero hay que hacerse cargo del propio destino. Cuando cumpla 37 habré llegado a algo que está escrito y desconozco, pero tengo mis buenos compañeros, y, sospecho, Nietzsche y Freud habrán tenido que ver en eso.   

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