Resulta
que este número, el 37, prefigura mi destino. Cada cual tendrá sus números,
esos palos en la rueda reales, que le hagan temer al golpe y al porrazo. Freud
sufría (¡cómo sufría Freud!, con el 51), yo encontré el 37, o más bien el 37 me
está esperando.
Se acerca mi cumpleaños, el ciclo
cambia, todo se avigora, y las posibilidades se reducen a la consecución de los
sueños y los deseos soplados. Llegamos a 37 entradas a quién sabe qué salidas.
Todas hablando de Nietzsche, de la música, del psicoanálisis. Jamás pensé que
un ser tan de nada, insulso, poca cosa como me pensaba, podría llegar a decir
algo de Nietzsche. Menos del psicoanálisis. Menos que menos de la música.
Entonces esto me llena de una nueva reflexión.
Si sos neurótico pensás. Si sos
neurótico valorás el pensamiento como la única cosa con la que te creés que
podés. Si sos neurótico no entendés, ni sabés cuánto tus pensamientos no son
tuyos, cuánto tus pensamientos te comandan. Si sos neurótico hablás con las
voces de tu cabeza (no las dejás salir) como si fueran tuyas. Si sos neurótico
hablás con vos mismo.
Hay quien dijo que hablaba para pensar.
Hay quien sospechó que había otra forma, otro estatuto del pensamiento. Hablar
no es pensar. Pero si sos neurótico hablarás como pensás, o sea, poco se te
entenderá, porque lo fundamental lo dijiste en tu mente siempre antes, siempre
después, pero nunca en el momento.
Si pienso que tengo que hablar de un
tema, mi pensamiento se une a las palabras que me incapacitan hablar. Si pienso
que puedo decir algo sin embargo, mi pensamiento se pondrá a saltar entre mis
neuronas, y sobre ellas, gritando bien fuerte palabras de desaliento (no quiero
transcribir ninguna de ellas, pero son tan beligerantes como cualquier insulto
que escuche un psicótico).
Pero, de vez en cuando, la infancia te
signa en su posibilidad, y lo que de adulto sería cosa seria, y motivo de una o
más pastillitas, de chicos, no sé, el cuerpo está más abierto. Entonces, si los
gritos inarticulados de tu mente suenan noche y día, si hay una reproducción
exacta de autoridades gritando sus palabras inentendibles dentro tuyo, si eso
se acompaña de una sensación de vértigo, descontrol y caída, seguro, eso es
seguro, sentirás apasionadamente que el pensamiento no es la palabra última. Lo
último es el sonido.
Quien haya tenido esas experiencias me
entenderá.
Si alguien me dijera cómo es que puedo
hablar con todo este berenjenal en la cabeza, solo tengo para tranquilizarlo, y
tranquilizarme, que, no sé, algo pasó, y no puedo pensar, no puedo pensar en
hablar, pero, si me dan uno hoja y una birome, seguro que encontraré las
palabras (por lo general ellas son muy fieles al papel, tienen esa propiedad de
quedarse ahí donde uno las trazó, ¡genial!).
En el horizonte de toda mi neurosis, y
toda mi locura, el 37 se impregnó como una cifra escrita. La encontré en una
hoja, escrita para mí, esperando que por fin me hiciera cargo de que allí, en
ese tiempo, algo debía ocurrirme.
Seguramente me ocurrirá, seguramente
este es el signo tan mentado, donde el destino está trazado, pero hay que
hacerse cargo del propio destino. Cuando cumpla 37 habré llegado a algo que
está escrito y desconozco, pero tengo mis buenos compañeros, y, sospecho,
Nietzsche y Freud habrán tenido que ver en eso.
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