¡Cuidado con la música! XXXII
De la composición
Nietzsche
vivió un amor eterno, pero sabía que debía insistir porque no creía en la
magia. Creía que podía ligarse a una mujer y amarla, y hacerla su esposa. Pero
Lou Andreas-Salomé sólo amaba su sabiduría, y un poco menos, su pasión. De
lazos rotos de amor está hecho el amor, y Nietzsche no podía ser menos ni
faltar a tal cita (pues mucho ha dicho sobre el amor, además de la música).
Nietzsche quería hacerla su esposa, lo intentó varias veces, quería que esa
mujer le dé hijos, pero Lou sólo quería pensar y crear (pensamientos).
Cuando Nietzsche aceptó hacer una
canción juntos, no pudo ser menos y compuso un himno (sí, Nietzsche componía
música), y lo llamó Himno a la vida,
co-escrito con Salomé. Al comienzo de este año comencé con esta canción la
propuesta de interesarlos por la filosofía de Nietzsche como música, y el
psicoanálisis en su musicalidad. Ahora que se está cerrando el año, y este
espacio, quisiera ir retomando algunas cosas desde otro costado, tal vez más
íntimo. Me pregunto entonces, ¿qué lleva a componer?
Si seguimos las palabras, y tal vez
nuestras intuiciones, lo que nos lleva a componer es ese inasible motor que son
los afectos: la angustia, el amor, el goce, y, por qué no, la vida. Son afectos
pero también son signos. Aquello que nos marca y nos impulsa. (Hagan de estos
todo un listado si quieren, como Spinoza, e incluyan la tristeza, la
desolación, la alegría, etc.) Nietzsche compuso su himno desde el amor y el
dolor, por eso habló de la vida. En su lugar Lacan hubiese hablado de pasión.
¿Qué nos lleva a componer? La presencia
de un afecto, de un signo, pero además la súbita certeza de que aquello debe
ser dicho, elaborado, tratado, sublimado. Componer debe ser algo así como
ligarse a un amor sin garantías; ¿acaso no es algo muy parecido a lo que el
mismo Freud hizo con el psicoanálisis?
¿Qué es componer? Poner en orden algo
que no lo tiene, y en eso, dejar que el desorden tome parte de nuestra vida. De
eso hay en cada muestra de arte, en cada manifestación como una canción, un
cuento, una poesía, etc.; de lo que intentamos ordenar y por fin nos desarregla
un poco más, un poco mejor. La música es aquello que nos desarregla, que nos
acerca un real vivible.
Cuando un amigo va y hace su vida en
las inmediaciones de la muerte, su relato me inspira. Cuando un amigo va y se
complica con la mujer que ama, y encuentra formas de decir ese amor, su
historia me inspira. ¿Qué significa componer? Es intentar una intimidad, la
intimidad de un decir, que, como sentencia mi analista, parece ser una de mis
pasiones: creer que existe el tal decir
íntimo. Por eso en esta oportunidad abordo la vergüenza como sé hacerlo, y
propongo dos canciones de mi cosecha: una hacia mi amigo Mario Bianchi (al
comenzar a trabajar en el SAME, y encontrarse con esa parte de la ciudad que
tiene tanta urgencia); el otro (otro gran amigo), Pablín, que dijo de su mujer:
“la quiero hasta el muñón” (porque sus pies fríos no los quería ni un poco…
todos sabemos lo que es una mujer que te apoya sus pies fríos, a traición,
cuando te sumergiste en la cama). Espero que los disfruten y sientan tanta vergüenza
como yo al componerlas, y tantas ganas de no poder hacer otra cosa con esa
vergüenza que transformarla en amor. El amor, uno de los lazos posibles de la
amistad, claro, lo que Lou Andreas-Salomé le enseñó a Nietzsche, la amistad
entre el hombre y la mujer.
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