domingo, 19 de mayo de 2013

¡Cuidado con la música! XII



La Gaya ciencia (1882)

Aun cuando Nietzsche conozca a Lou-Andrea Salome el mismo año que realice este libro, veremos que la música sigue siendo fuente de reflexión, de comparación, y no la estructura misma de su pensar. Como en otra parte aclaramos, esto podrá ser abordado recién cuando realice su obra Así hablaba Zaratustra, libro que le continuará al que ahora tomaremos.

Varias son las referencias que Nietzsche toma en este libro, la primera aparece en la §63, que se llama La mujer y la música:

“–¿En qué consiste que los vientos cálidos y de lluvia producen un estado de ánimo que predispone para la música y el inventivo deleite de la melodía? ¿No son estos mismo vientos los que llenan las iglesias y dan a las mujeres pensamientos de amor?”

Aunque un tanto zonzas estas palabras las pongo pues con ellas se va apartando de lo clásicamente entendido como producto de la música, que son los estados de ánimo, los sentimientos, y propone metafóricamente un interrogante sobre el enigma del amor en la mujer…

Con el §80, en su nuevo ataque a Wagner, ya tenemos la esencia de la contradicción que éste porta. El punto de vista de Wagner era tal vez que la música representase por sí misma, y el drama sólo acompañaría este representar. Pero a veces se necesitaba que alguien explicase ese “sí mismo”, o, con las palabras de Nietzsche:

“¿Qué representa desde este punto de vista el arte de Ricardo Wagner? ¿Es así? ¿Cabe que sea de otro modo? Muchas veces se me ha ocurrido que era necesario aprenderse de corrido, antes del espectáculo, la letra y la música de sus obras, pues de lo contrario no se entiende la letra, ni tampoco la música”.

Ya en el §84 hay algo nuevo. Lo introduce por el tema que trata: la poesía. Trabaja aquí el ritmo, el ritmo de la música y de la poesía:

“…el ritmo es una coacción, engendra un irresistible deseo de ceder, de ponerse al diapasón”.
O,
“Bien mirado todo, ¿qué cosa hubo más útil para el hombre antiguo supersticioso que el ritmo? Mediante él se podía conseguir todo: acelerar mágicamente cualquier trabajo; obligar a un dios a aparecerse, a estar presente, a escuchar, disponer de lo futuro a voluntad, descargarse el alma del exceso de algún afecto (el miedo, la manía, la compasión, la venganza), y no sólo el alma de cada uno, sino también la del más perverso demonio”.
 
Algo que la música porta es ritmo, tiempo. Después veremos si ese particular concepto de Nietzsche, El eterno retorno de lo mismo, es aquel con el que se entendería el tiempo de su música como filosofía. Ahora tomemos estas palabras sobre el ritmo.
         Bien mirado todo el ritmo es como el de la poesía, que es uno quien lo introduce, porque no solo introduce la lectura, sino la respiración, las pausas, el cuerpo. No es el ritmo ya reglado de la partitura, sino aquel que se escucha cuando se lee poesía, o cuando se hace música. Para entender esto me valgo de dos ejemplos.
         Tal vez quien mejor nos predispone a palpitar este ritmo es Joao Gilberto. Me gustaría que todos aquellos que sean músicos hicieran esta prueba, y los que les gusta la música también: sigan el ritmo de Joao en cualquiera de sus canciones, si lo ponen al lado de un metrónomo, verán que Joao se corre ligeramente todo el tiempo del tiempo. Es eso lo que nos hace sonar su especial estilo, pero además su tiempo.
El tiempo del ritmo no es el tiempo del metrónomo, y en la música no debería serlo. Es muy lindo cuando lo practicamos, cuando ejecutamos una melodía, y el tiempo coincide, pero cuando queremos que la cosa fluya, cuando solo ensayamos, cuando estamos entre amigos, nadie nos quita esa sensación de un tiempo que el metrónomo no mide, y que está ahí, conjugándose en la propia música.
El otro ejemplo es de Lenine, quien ha logrado hacer una canción justamente con esto que les acabo de contar. Lenine pone un metrónomo, un tiempo constante, como parte de la canción, y sobre eso realiza el otro tiempo de la canción que toca, quedando el tiempo del metrónomo como un sonido más. Lo extraño y fascinante es que Lenine nos muestra así que todo tiempo incluye al tiempo. Todos los tiempos se pertenecen.  

2 comentarios:

  1. "Todos los tiempos se pertenecen."

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  2. Si superamos eso, llegamos a la concepción de Dios... sin concepción. Por algo digo que es lo que más me gusta. Para mi, Dios, es el pulso

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