¡Cuidado con la música! III
El silencio que Miles no se bancó
“No hay música sin que el silencio forme parte de lo sonoro”.
Pablo Fridman
¡Qué
gran tema el silencio! Y qué visiones tan contrapuestas. Hay quienes lo consideran
la evocación del sonido a advenir; otros la ausencia misma de lo sonoro; uno, John
Cage, sabe que está plagado de imprecisiones que surgen cuando el silencio se
hace, físicamente (en su caso cuando el silencio habita el tema “4’33’’, para
no tocar nada); para Miles Davis es un ruido, el más fuerte de ellos.
Miré un árbol con uno de mis hermanos, él me enseñó
que lo mismo es pintarlo a que crezca, para los dos casos el árbol debe abarcar
el vacío. Un árbol es árbol pues sus ramajes se llenan del vacío, solo que al
contemplarlo no nos damos cuenta porque siempre somos presa de esa manía de
completar, unir, uniformizar… un árbol crece, se forma, expresa, gracias al
vacío del que es parte.
La música también, en cada uno de sus temas, hace
con el vacío silencio. Se pude tener concepciones distintas del silencio, del
vacío también, por supuesto: el silencio puede ser un vacío que se intenta
llenar con ritmos y melodías, siempre infructuosamente, pues al rato el
silencio vuelve, el silencio inminente… el silencio de siempre. La música tranquilamente
puede ser el alzamiento del hombre que quiere imponer al silencio su silencio.
Busca encontrarse en el origen con el sonido, pero nunca con el silencio. El
Big Bang, Big Crunch, Big PUM, es eso, en el principio el ruido de la
explosión. Escuchar todavía el eco de su estallido es una prueba más para los
científicos de turno, aunque tal vez si prestaran oídos más agudamente podría
ser que en verdad distinguieran los ecos del silencio.
El silencio suena; no forma parte en los extremos
del sonido, en el límite, sino integradamente. Ahí hay otra concepción.
Miles Davis hizo maravillas por el silencio, a veces
lo desgarraba, otras se le plantaba desafiante. Su estilo, la sordina en la
trompeta, y el sonido que de ella gritaba, lo mostró por primera vez en el
festival de jazz de Newport de 1955, en el tema de Thelonius Monk Round Midnight. Dicen que Monk no le
gustó. Pero sin embargo a Miles tampoco le gustaban los silencios de Monk. Ese
era el estilo del último; producir un fraseo y de golpe, interrumpiéndolo,
permitir que se escuche ese silencio mientras la banda proseguía. En el momento
justo de su subjetividad plena, en el instante de la improvisación, Monk
improvisa tocando el silencio con sus dedos elevados de las teclas.
El tema que propongo, The man i love (gracias Gonza) es aquel donde Miles no pudo
soportarlo, e hizo algo que no se hacía, le pisó la improvisación, el momento
de Monk. Lo interesante es cómo salió de ese silencio Miles, con un fraseo de
estruendo, y cómo le contestó Monk, con una violencia de sonido, golpeándolo en
el piano.
Fueron dos maneras de tocar el silencio.
Este texto no hubiese sido posible sin el pensar de
Nietzsche que, en la elaboración de Mónica Cragnolini:
“No hay circuito dialéctico de restitución en este modo de pensar: paradójicamente, el “sí” y el “no” coexisten, sin síntesis, sin conciliación, sino en estado de tensión que no se resuelve. Tensión que caracteriza el operar de la voluntad de poder como fuerza unitiva y configuradora y, a la vez, como fuerza disgregante y disruptora”.
No
esperen entonces que se sostenga una concepción una, una verdad. La verdad es
también una manera de tocar.
Si quieren escuchar el tema, diríjanse a: cuidadoconlamusica.tumblr.com, gracias
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