domingo, 29 de septiembre de 2013

¡Cuidado con la música! XXX

Ya llegamos a las 30 publicaciones. Han pasado varias cosas, entre ellas, que me decida a realizar el libro sobre Nietzsche. En la vida tenemos muchas excusas para vivirla, y si nos topamos con un filósofo tal vez se expanda algo más. Es tan cierto que un analista puede darte más años de vida sin tanto sufrimiento, como un filósofo, o un poeta, o un escritor incluso. ¿Pero qué paso cuando la estima, la admiración, nos lleva a ligarnos a uno, e insistir con este? ¿Qué paso cuando se acerca la hora de poder hacer algo que lo que tal vez, solo tal vez, sabemos hacer?
         Realizar un libro sobre Nietzsche es para mí mucho más que realizar un libro. Porque es el filósofo que más me interesa, porque es el filósofo que más certero llegó a mi corazón, porque es el filósofo que más odié y rechacé también. Federico Nietzsche ha sabido llenar mis días de palabras ajenas, y determinar algún camino en mi vida. Es, en definitiva, el único filósofo que he leído y no pude salir igual antes de leerlo.
         En esta entrega número 30 quiero contarles de esta pasión y anunciar su propio ocaso. Sólo serán 40 entradas de blog lo que se ha encarado como ¡Cuidado con la música!, luego lo dejaré. Uno de sus frutos será el libro, como les anunciara, y otro, todo lo que pueda generar en ese cruce que es la música y el psicoanálisis. Porque mi concepción de una y otro determina que de eso se enlaza la vida, en eso la vida merece ser arrinconada, por ello la vida puede ser vivida. No estoy diciendo nada nuevo, pues todos tienen ese lazo con la música, y sabrán de lo que estoy hablando.
         El lazo con el psicoanálisis es mucho más fuerte, y es en el que continuaré, sacando las grandes enseñanzas que Nietzsche me ha brindado.
         Escribir un libro sobre Nietzsche es demasiado para mí, pero, escribir un libro y que encuentre cosas nuevas del filósofo que admiro y pueda compartirlas, es suficiente. Espero que ustedes tanto como yo disfruten de estos últimos diez posteos. Saludos

         Les dejo el primer dibujo que realizo por Nietzsche, que me ha hecho incursionar incluso en las artes plásticas.


domingo, 22 de septiembre de 2013

¡Cuidado con la música! XXIX

Los literatos por lo general hacen música con sus palabras, pero también se nutren de cierta música. Yo, por mi parte, no puedo escribir si no tengo música sonando en mis oídos... tal vez porque escucharía incesantemente las palabras de los otros.
      ¿Pero qué diría algún literato sobre la música? En esta oportunidad: James Ellroy. Su historia es bastante interesante, pero me detengo solamente en lo que comenta en A la caza de la mujer.

Mi vida de adolescente iba retrasada. Mi aceleración estaba toda internalizada. Pasé con esfuerzo del primer ciclo de enseñanza media a superior. Tuve camarillas cambiantes de amigos perdedores y no amigos. Pegué imágenes de Beethoven encima de la cabecera de la cama y reflexioné sobre nuestro genio. Beethoven había compuesto su mejor música para su "Amada inmortal". La identidad de ella siguió siendo para mí tan misteriosa como lo era la de La Otra. Beethoven entendía mi profunda soledad y congoja. Su sordera inspiraba pensamientos visionarios, desconocidos a los mortales. Mi sordera era voluntaria. Eso, a Beethoven le gustaba. A menudo, antes de salir a espiar ventanas, escuchaba la sonata "Hammerklavier". Más que condenarla, Beethoven aprobaba esa práctica mía de voyeur. A veces me miraba con el ceño fruncido y movía el dedo. No me dijo nunca del todo que creciera de una vez y sacara la cabeza del culo.
 Cuando sus padres se divorciaron, James se mudó con su madre, pero las cosas no funcionaban. No se entendían, y él la deseaba. En plena transición hormonal un libro le da el tono de lo que podría hacer, un libro regalado por la madre sobre magos. Entonces realiza una maldición. Al cabo, debe mudarse con su padre, lleno de odio hacia esa mujer. A solo tres meses su madre es asesinada. La vida de Ellroy puede ser contada desde sus libros (no toda). Pero en A la caza de la mujer muestra su obsesión por las mujeres, por observarlas, por conversar con ellas en la oscuridad, por hacerse una imagen mental. Por eso Beethoven tiene su lugar aparte, en esa fantasía única de la "amada inmortal".

Beethoven era el único artista de la historia que rivalizaba con el desconocido e inédito Ellroy. Era un colega que cavilaba, se hurgaba la nariz y se rascaba las pelotas como yo. Deseaba a las mujeres en silenciosa soledad. Tenía el alma a un volumen comparable a los decibelios de mis aullidos. Tú y yo, chico: Ella, la Amada Inmortal / La Otra. Conjunción, comunión, consagración y la culminación de la plenitud. Cuando dos almas se unían, la especie humana avanzaba y todas las alamas se salvaban. La fusión sagrada del arte y el sexo para tocar a Dios. 
Aquellas mujeres no habrían podido leerme el corazón. Mi corazón las habría horrorizado.
Quiero colarme poco a poco dentro de ti y ofrecerte el mismo consuelo. Tápame los oídos. Yo haré lo mismo contigo. El grito del mundo es insoportable y solo nosotros sabemos qué significa. 
Ellroy y toda su descripción. Monumental legado de un musical trastorno: las mujeres, la mujer, La Otra, Ellas. Ella. 
 


 

domingo, 15 de septiembre de 2013

¡Cuidado con la música! XXVIII

¡Cuidado con la música! (Esto es parte del libro que estoy redactando)

Así habló Zaratustra X

Ditirambos de Dionisios

Todos los poemas que Nietzsche propone en esta cuarta parte podrían ser pensados como “ditirambos”, pues se encuentran reunidos (y ligeramente modificados) en Ditirambos de Dionisios. ¿Pero qué es esta figura del “ditirambo”1? ¿Y quién es este “Dionisios”2? Mejor lo vemos en lo que significa para Nietzsche. En Ecce Homo va dando cuenta que este dios está desde el principio de sus obras. Ya en El origen de la tragedia destaca:

Las dos innovaciones definitivas del libro son, en primer lugar, la interpretación del fenómeno dionisíaco en los griegos “nunca se ha dado tan claramente la psicología ni se vio una de las raíces del arte griego completo”, y en segundo lugar la interpretación del socratismo.

Luego lo quiso asociar a la música de Wagner, aunque más tarde devele que hablaba de sí mismo.

Podrá interrumpirme algún psicólogo diciendo que la música dionisíaca oída mis años mozos no tiene nada de común con la de Wagner, y que al describir la música dionisíaca describo la que había oído, porque instintivamente debo traducir todas las emociones con arreglo al nuevo espíritu que hay en mí. La prueba de ello está en mi libro Richard Wagner en Bayreuth y no puede ser más decisiva. En todos los pasajes que tienen una significación psicológica no se habla más que de mí.

La idea de Dionisios se preserva en Zaratustra, pues este es un danzante, alguien al que el cuerpo le importa (y no sólo la razón), al que la contradicción le importa, el enigma y el abismo le importan... le importa crear.

Para un propósito dionisíaco, la dureza del martillo, el gozo mismo de la destrucción, es una de las primeras y más decisivas condiciones. El imperativo: “¡sed duros!”, la certeza fundamental de que todos los creadores son duros es el verdadero signo distintivo de una naturaleza dionisiana.

Dionisios no dejará de estar en sus libros posteriores, ni en La genealogía de la moral, ni en El caso Wagner; no lo abandonará ni siquiera cuando pierda toda razón y firme sus cartas ya no como Nietzsche sino como Dionisios.




1. Es una composición poética en honor a Dionisios.
2. En la mitología clásica Dioniso (Dionisios, como lo llama Nietzsche) es el dios del vino, inspirador de la locura ritual y el éxtasis. También conocido como Baco.


domingo, 8 de septiembre de 2013

¡Cuidado con la música! XXVII

¡Cuidado con la música!

Así habló Zaratustra IX.

Tomo ahora otro canto (poesía) que figura en esta cuarta parte:
La canción de la melancolía

Luego de hablar de los hombres superiores Zaratustra se va de la cueva, y toma la palabra el mago de nuevo. La toma para cantar los versos intitulados “¡Sólo necio! ¡Sólo poeta!”. Con esto puedo afirmar que el canto, la música de Así habló Zaratustra, no es la del poeta, sino que ¡el poeta es el último modulador de un pensamiento inefable!, pero su engaño es que puede articularlo en palabras[1].
Dice así:

“¿El pretendiente de la verdad? ¿Tú? —así se burlaban ellas.
¡No! ¡Sólo un poeta!
Un animal, un animal astuto, rapaz, furtivo,
Que tiene que mentir,
Que, sabiéndolo, queriéndolo, tiene que mentir:
(...)
Para sí mismo máscara,
Para sí mismo presa”.

El poeta tal vez es quien llega a ser el paso anterior a la articulación de Zaratustra en sus palabras, porque es presa de su máscara (de su escritura), y lo sabe; y lo sabe mucho más de lo que nosotros lo sabemos.
Es el capaz de soportar:

Tú que en el hombre has visto
Tanto un Dios como un cordero

La caída de los velos, de las máscaras... pero conservando sin embargo aún (siempre aún) la palabra. Esa máscara es la única que no cae en el poeta, y por eso se sabe presa.



[1]    “El arte del gran ritmo, el gran estilo de los períodos para expresar un inmenso arriba y abajo de pasión sublime, de pasión sobre humana, yo he sido el primero en descubrirlo; con un ditirambo como el último del tercer Zaratustra, titulado `Los siete sellos´, he volado miles de millas más allá de todo lo que hasta ahora se llamaba poesía”. NIETZSCHE, F., citado de SÁNCHEZ PASCUAL, Andrés, “Introducción”, Así habló Zaratustra, Buenos Aires, Alianza, 1995, página 26.

domingo, 1 de septiembre de 2013

¡cuidado con la música! XXVI

¡Cuidado con la música!

Así habló Zaratustra VIII.

   En la cuarta parte del libro ocurren cosas extrañas. No canta Zaratustra sino sus (los) hombres superiores. Toman el arpa y cantan, cuando él no está reunido con ellos... pero lo que se canta son poesías, ya no los cantos como lo venimos expresando. Hay un cambio en esta cuarta parte que tal vez no sea la expresión de su filosofía como música, sino un antecedente inmediato (aunque esté ubicado, como dije, al final del libro, siendo su última parte). Estas poesías fueron compuestas muchos años antes que el Zaratustra, algunas incluso 20 años antes, pero Nietzsche se vió llevado a insertarlas  ¿Por qué? Porque cantan casi los primeros hallazgos de él, cuando Dios aún no había muerto.
    Veamos la primera. Se encuentra en El mago, y lo que este hombre superior canta -el mago- es un lamento escrito en 1884, antes llamado El poeta: Zaratustra lo encuentra yacente en el suelo, sin registrar el entorno... «pero al fin, tras muchos temblores, convulsiones y contorsiones, comenzó a lamentarse».
    El mago se lamenta, muerto de frío en su corazón, medio muerto por fiebres desconocidas (canta, se lamenta, por la enfermedad, y a la enfermedad)... su enfermedad: el pensamiento. ¿Pero qué pensamiento? El de “desconocido, Dios” (en 1864 ya había hecho un poema Nietzsche “Al Dios desconocido”). [Ver Hechos de los apóstoles 17, 23, el Dios encontrado por Pablo en el areópago, sobre el que les da un discurso a los atenienses].
    Ese pensamiento de Dios (desconocido) toma el pensar, tortura, es un ladrón. Llega al corazón, es un verdugo, un cazador. Pero este se va... su último enemigo huye... y vuelve... huye y vuelve.

    El mago sufre, pero es una gran farsa, no alcanza con encontrarse con este último pensamiento. Zaratustra, como un maestro zen, lo vuelve en sí al golpearlo con el bastón. Esa farsa se quiere encerrar en nuevas farsas, en un juego de sentido que embota el sentido. Y es así que Zaratustra encuentra que es el único momento en que este mago es auténtico (y ya no puede retroceder ante esto), cuando: “cansado de ti mismo hayas dicho: «yo no soy grande»”.
    O sea, aunque ese pensamiento se repita en una rueda tortuosa, y no pida más que repetirse, desliza el reconocer una miserable castración: “yo no soy grande” (este tema inaugura, y está muy bien desarrollado, de la mano de Bataille, en mi libro escrito con Florencia Fracas Hablemos de angustias).
    La gran astucia del mago, la útlima, es ser un hombre que busca y tienta y dice:

¿No lo sabes acaso, oh Zaratustra? Yo busco a Zaratustra.


    Decirle esto a Zaratustra es hacer de este, por un instante, alguien al que se le despoja el nombre, como queriendo sacarle el último ropaje: el nombre propio. Y es la enseñanza: quien grande se reconoce, se encuentra de su nombre despojado.