Así
habló Zaratustra VI.
(Apartado a “El convaleciente”)
Decíamos
en otra entrega (Así
habló Zaratustra V. Eterno retorno II)
que al despertar Zaratustra es una mixtura de Dios y el hombre, que,
o cuando muere Dios nace el hombre, o que nace el mundo para el
hombre, o que el hombre descubre un mundo. Y está bien que hable de
“hombre”, porque ahora no es el genérico de lo humano, sino el
varón. Veamos cómo se ve este asunto del lado de la mujer.
Lo
que viene a continuación es una semblanza de lo que pudiera ocurrir
cuando se encuentra con el conocimiento una mujer: Eva.
Piensen
esto: Eva es la primera en conocer (Nietzsche dice que de ella viene
la ciencia), pues es ella la primera en relacionarse con el fruto del
árbol de la sabiduría, o del bien y del mal, o de la ciencia; digo
“relacionarse”, para hacer una salvedad entre discusiones eternas
(y cada una desde su prejuicio): si la comió, si sólo la tocó y eso
era lo mismo que comerla, etc. [Ni les cuento si en verdad no era una
cuestión de fruto sino de habla, por ser la primera, y única, en
hablar con la serpiente, y es esta la que le dió la sabiduría,
etc.]
Pero
pensemos, es Eva la primera en relacionarse con el fruto. ¿Hay aquí
un corte? Pensemos , probó del fruto, ya no es la misma. Antes,
ignorante, luego, sabia. Antes, inocente, tentada, luego... no era la
misma frente al fruto y la víbora, que frente a Adán, ya había
cambiado. Sabía que estaban desnudos, no se avergonzaban, sabía que
eran diferentes, no necesitaba cubrirse. ¿Para qué sirve saber?
Para fundamentar no la luz, la claridad, sino el ocultamiento. Este
saber sirve para dar fundamentos a la vergüenza, al cubrirse, a los
velos. Pero más, para hacer de ese velo, de esa sabiduría -casi
como un juego de magos- la mostración de la omnividencia vacía de
Dios. Ahí donde se ocultan Dios no ve, es posible ocultarse de Dios,
basta con encontrarse con el cuerpo y la diferencia.
Veamos
otra vertiente: si Eva siguió el mismo gesto inaugurado por la
serpiente de comer en el no saber y sabiendo ofrecer el fruto, si no
hay cambio, esto indica dos cosas: o que tal saber es un fraude, o
que tal saber anula la apropiación del mismo, que hace a lo mismo
antes que después, conocer y no conocer, bien y mal. El árbol del
bien y el mal, en principio, tenía el sentido de lo mismo: o todo
era bien, o todo era mal, o todo era otra cosa de la que se deduce
bien y mal.
Ahora
la música. Piensen el tango Cambalache, retrata esta situación, y
su solución. “Hoy resulta que es lo mismo (…) Ignorante, sabio o
chorro, generoso o estafador”. Es lo mismo, hoy lo sabemos mucho
más. Pero ya no es porque no hay valores, por la añoranza de lo que
antes funcionaba, sino porque “lo mismo” apunta a lo uno; uno que
busca. Es en el uno, por el uno, donde bien y mal se sostienen. Ese
argumento, esa lógica, que realizó sus múltiples variantes en las
religiones monoteístas, era el paradigma del profeta Zoroastro. Y
Nietzsche lo introduce para que se empiece a salir de esa encerrona.
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