domingo, 18 de agosto de 2013

¡Cuidado con la música! XXIV



Así habló Zaratustra VI. (Apartado a “El convaleciente”)

     Decíamos en otra entrega (Así habló Zaratustra V. Eterno retorno II) que al despertar Zaratustra es una mixtura de Dios y el hombre, que, o cuando muere Dios nace el hombre, o que nace el mundo para el hombre, o que el hombre descubre un mundo. Y está bien que hable de “hombre”, porque ahora no es el genérico de lo humano, sino el varón. Veamos cómo se ve este asunto del lado de la mujer.
     Lo que viene a continuación es una semblanza de lo que pudiera ocurrir cuando se encuentra con el conocimiento una mujer: Eva.
     Piensen esto: Eva es la primera en conocer (Nietzsche dice que de ella viene la ciencia), pues es ella la primera en relacionarse con el fruto del árbol de la sabiduría, o del bien y del mal, o de la ciencia; digo “relacionarse”, para hacer una salvedad entre discusiones eternas (y cada una desde su prejuicio): si la comió, si sólo la tocó y eso era lo mismo que comerla, etc. [Ni les cuento si en verdad no era una cuestión de fruto sino de habla, por ser la primera, y única, en hablar con la serpiente, y es esta la que le dió la sabiduría, etc.]
     Pero pensemos, es Eva la primera en relacionarse con el fruto. ¿Hay aquí un corte? Pensemos , probó del fruto, ya no es la misma. Antes, ignorante, luego, sabia. Antes, inocente, tentada, luego... no era la misma frente al fruto y la víbora, que frente a Adán, ya había cambiado. Sabía que estaban desnudos, no se avergonzaban, sabía que eran diferentes, no necesitaba cubrirse. ¿Para qué sirve saber? Para fundamentar no la luz, la claridad, sino el ocultamiento. Este saber sirve para dar fundamentos a la vergüenza, al cubrirse, a los velos. Pero más, para hacer de ese velo, de esa sabiduría -casi como un juego de magos- la mostración de la omnividencia vacía de Dios. Ahí donde se ocultan Dios no ve, es posible ocultarse de Dios, basta con encontrarse con el cuerpo y la diferencia.

     Veamos otra vertiente: si Eva siguió el mismo gesto inaugurado por la serpiente de comer en el no saber y sabiendo ofrecer el fruto, si no hay cambio, esto indica dos cosas: o que tal saber es un fraude, o que tal saber anula la apropiación del mismo, que hace a lo mismo antes que después, conocer y no conocer, bien y mal. El árbol del bien y el mal, en principio, tenía el sentido de lo mismo: o todo era bien, o todo era mal, o todo era otra cosa de la que se deduce bien y mal.


     Ahora la música. Piensen el tango Cambalache, retrata esta situación, y su solución. “Hoy resulta que es lo mismo (…) Ignorante, sabio o chorro, generoso o estafador”. Es lo mismo, hoy lo sabemos mucho más. Pero ya no es porque no hay valores, por la añoranza de lo que antes funcionaba, sino porque “lo mismo” apunta a lo uno; uno que busca. Es en el uno, por el uno, donde bien y mal se sostienen. Ese argumento, esa lógica, que realizó sus múltiples variantes en las religiones monoteístas, era el paradigma del profeta Zoroastro. Y Nietzsche lo introduce para que se empiece a salir de esa encerrona.

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