domingo, 4 de agosto de 2013

¡Cuidado con la música! XXII



Así habló Zaratustra IV. Eterno retorno I

Del espíritu de la pesadez

    Zaratustra reflexiona sobre partes de su cuerpo. Empieza por la boca. Dice que es del pueblo, no de los chupatintas o escritorzuelos. Pero es del pueblo porque quiere cantarle al pueblo. No como un cantante solitario, en su ducha (o estudio), donde todo suena bien. Zaratustra quiere cantar (decir) al pueblo porque lo hace en vivo.
    Si bien su cuerpo lo deja pesado en la tierra, él quiere ser ligero como el ave, y que la tierra también lo sea. Descubre entonces que no es el cuerpo el pesado, sino la creencia en el espíritu (de la pesadez) [y en el cuerpo imaginario, agrego]. Propone “amarse a sí mismo”. Uf, entonces, ¿éste amor qué es? ¿Y este sí mismo? (No dice “ama al prójimo como a tí mismo”, pues está un paso antes de este espejo narcisista; está en la formación del sí mismo).
    El viraje está en que lo que tenemos, lo propio y singular, se lo declara oculto; a esto se opone Zaratustra (Freud además). No porque no tengamos cosas ocultas, sino porque eso mismo puede servir de lucro para algunos que hacen de esto una moral, y es siguiendo esa moral como nos venden que se podrá arribar a lo oculto de sí (en el mejor de los casos, que nunca ocurre). Esa pesadez en que se transforma la vida, esa carga, dice Zaratustra, es ajena; son palabras ajenas.
    Para que las palabras vuelen, para que se haga ligera la tierra, hay un camino, el sí y el no. No todo sí también... no a todo sacarle provecho... no la sonrisa del hipnotizado o el zombi. Para volar primero tenerse en pie, caminar, correr, trepar... y bailar.
    El camino es “someter a prueba a los caminos mismos”. Ensayar, preguntar... luego, mi gusto, mi camino... pues “¡El camino, en efecto, no existe!”.


    [¿Por qué éste sí mismo? Porque el pensamiento del eterno retorno se lo confiesa a sí mismo.]

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